Reflexiones post vacaciones

Goretti

¡Hola ¿equipo?! Espero que hayáis disfrutado de vuestras merecidas vacaciones. 

Ahora que estamos de vuelta y arrancamos con nuestras rutinas y automatismos, me gustaría compartir una reflexión personal. 

Como algunas personas sabéis, hace unas semanas nació mi segunda hija, Sofia. Y este nuevo rol de mamá de dos me ha hecho reflexionar y recordar la importancia de cuidar los espacios familiares y personales. 

Soy una persona a la que le encanta pasar tiempo con su gente y su familia, y me cuido de que ese espacio exista. Pero también es cierto que disfruto considerablemente con mi trabajo, lo que provoca que, en ocasiones, no me dé cuenta de cuánto tiempo le dedico o pongo en cada lado de la balanza de lo personal y lo profesional.

Este 2024, un año de muchísimo trabajo, esta segunda maternidad ha roto con todo y me ha regalado tiempo con mis pequeñas. Eso supone, irremediablemente, poner en valor el espacio personal y recordarme que el tiempo con los nuestros es irremplazable.

Que la vuelta al cole y las rutinas no nos hagan perder nunca la conciencia de proteger el equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Recordad que el bienestar personal es fundamental para poder dar lo mejor de nosotros mismos en todos los ámbitos.

Con cariño,

Goretti

Jorge

El mejor desayuno del mundo.

Martes, 27 de agosto, 9:30h de la mañana; es mi cumpleaños (¡bienvenidos 47!). Sin quererlo, me despiertan mis dos hijos, Júlia (9) y Marc (5), que corretean por la casa entre risas y susurros generando un pequeño alboroto que me parece tremendamente divertido. Mi compañera se ha ido ya a trabajar y estamos los tres solos en casa.

Imaginaba que algo tramaban desde ayer por la noche, cuando abrí la nevera por última vez y reparé en que la otra persona adulta de la casa había dejado aguacate, queso y tomate ya cortados en tres tuppers transparentes.

Sin levantarme siquiera de la cama, un olor importante a pan tostado confirma mis sospechas: me están preparando el desayuno. Me incorporo y oigo al pequeño Marc correr desde la cocina para bloquearme el paso: “¡no mirez!” me ordena con toda la energía que cabe en su metro exacto de altura. Yo, por supuesto, obedezco al pequeño Flash.

Dentro de la cocina, el sonido de cajones y puertas abriéndose y cerrándose me parece maravilloso. Cada cinco minutos, Júlia lanza un grito lejano para indicarme que “ya casi estáaa”.

Pasada más de media hora, por fin se me permite el paso al mejor desayuno del mundo, el que han elaborado estas dos personitas con todo su amor para celebrar mi día especial. El calor de agosto no ha conseguido derretirme, esto sí.

Desayunamos juntos, sin ninguna prisa. Ellos dos amontonan las palabras y se interrumpen constantemente, quieren contarme todos y cada uno de los detalles sobre la preparación. Yo simplemente escucho y pienso para mis adentros, ¿hay algo mejor que esto?

Pronto tocará volver a desayunar con prisas, apremiados por la hora de entrar al cole o a mi trabajo. No pasa nada, porque siempre habrá mañanas como esta, que me recuerdan que, entre el ajetreo diario, lo que realmente importa son los pequeños momentos compartidos. Y aunque la rutina vuelva a imponerse, cada desayuno con prisas tendrá el sabor de aquel que hicimos eterno, donde el reloj se detuvo y las risas llenaron la casa.

Al final, en nuestras agendas, lo esencial siempre encontrará su lugar.

Jorge